sábado, 13 de julio de 2013

Experiencia del fin del mundo

Claramente este no el tipo de lugar al que suelo ir, pero, de vez en cuando, no está mal darse algunos gustos. Era una noche de festejo y los acontecimientos ameritaban la selección. Experiencia del fin del mundo es uno de esos lugares que pueden intimidar, no sólo por su precio, sino también con que uno no sabe con qué se va a encontrar en los platos. Siempre existe el riesgo -en este tipo de lugares muy gourmet- de pagar una locura por platos en los que te quedas con hambre. Nada de eso. 
Experiencia del fin del mundo es realmente una experiencia. Desde la ambientación, hasta el servicio y la comida, cada paso en el menú hace que uno atraviese una experiencia distinta.
Empecemos por el lugar. Ambientado muy sobrio, con luces tenues y muy cálido. Genera una sensación de realmente estar comiendo en la cava de una bodega. Cada detalle de la decoración está calculado y muy bien pensado para crear un ambiente muy ameno e ideal para una salida tranquila.
Tal vez lo más destacable de todo sea la atención. Es INCREIBLE. Perdimos la cuenta de la cantidad de mozos que nos atendieron. Todos excesivamente correctos, amables, dispuestos a dar recomendaciones y explicar cada uno de los pasos de esta experiencia.
Sin dudas, la comida es EXCELENTE. La carta es bastante amplia para el tipo de lugar, con una variedad de opciones en la entrada, las carnes y las pastas. De más está decir que la carta de vinos tiene mucho más de lo que uno puede esperar. Ahora sí, les paso a detallar la experiencia
Al sentarnos a la mesa nos trajeron una “panerita” (nada más alejado, era un recipiente hecho como una mini bolsa de arpillera de harina divina) con panes caseros, grisines de queso y chipa tibiecitos y caseros junto con una degustación de aceite de oliva de la bodega. Eso, acompañado de dos “bocaditos” de paté de ciervo ahumado envuelto en una feta muy finita de pepino en pickle, una delicia. Sí, eso, sólo era el comienzo… Además, nos trajeron para acompañar una copa de Newen Souvignon Blanc, que fue el vino que después elegimos para comer.

De entrada compartimos (así recomendaba la carta) el Prosciutto di Parma estacionado 16 meses, burrata, tomates cherry confit y rúcula. Creo que no me van a alcanzar las palabras para describirlo. El jamón crudo, con la grasa, la textura, el condimento, justos. Vino servido en una fuente muy grande, rodeando a la burrata (un queso italiano de crema y muzzarella híper cremoso y sabroso) y acompañado por la rúcula y unos tomates cherry confitados. Todo cubierto con aceite de oliva de la bodega y pimienta negra, y condimentado con un aderezo algo dulzón. No, realmente, no encuentro palabras. Con la entrada ya hubiera dicho que el resto de la cocina es excelente sin probar siquiera otro bocado. La cremosidad de la burrata con aceite de oliva, con el jamón crudo algo salado y lo dulce de la rúcula y los tomates fue la combinación perfecta.
Para los platos principales pedimos dos carnes de la Patagonia: el Lomo de Ciervo Neuquino, manzanas ahumadas y panceta con reducción de Malbec y el Carré de Jabalí, mollejas y puré de papas con ajos asados y membrillos. A mi, personalmente, me gustó más el ciervo. Así que por ahí voy a empezar. Ante la recomendación del mozo vino jugoso. En el punto justo de cocción. La carne era especialmente sabrosa, servida sobre las manzanas y la panceta, muy bien cocida y algo crocante por la cocción junto a la reducción de Malbec. Una delicia. Y, además, en las proporciones justas. La verdad es que después de la entrada, me costó terminar el plato principal, pero sólo hice el esfuerzo por lo rico que estaba. 
El carré de Jabalí vino servido sobre un puré de papas y acompañado por mollejas bien crocantes. Particularmente, me gustó más el ciervo porque el jabalí estaba un poco más duro, y con muchos más nervios que lo hacían un poquito difícil de comer.
Para cerrar, y no porque nos quedará siquiera aire para consumir algo más, sino porque imaginé lo que se venía, pedimos un postre. Como no puedo con mi naturaleza de gorda, pedí (eso sí, ¡para compartir!) el Tibio de chocolate, untuoso de chocolate y helado de vainilla en chaucha: Una mini tarteleta de chocolate, rellena de una ganache tibia de chocolate amargo, sobre una suerte de mousse de chocolate más suave y, para cortar, el helado de vainilla. ESPECTACULAR. Lo acompañamos con dos cortados de Nespresso  y unos petit fours que no pude resistir comer.
En conclusión, la Experiencia del fin del mundo es algo por lo que todos los que amamos comer, deberíamos pasar. Estoy segura de que no se van a desilusionar.
Aclaración: ante la sentencia de muerte recibida en el caso de que activara el flash de la cámara, no pude sacar buenas fotos. De todos modos, como quiero transmitir también por la vista la experiencia, las subo a facebook.




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