Experiencia del fin del mundo es realmente una experiencia. Desde la ambientación,
hasta el servicio y la comida, cada paso en el menú hace que uno atraviese una experiencia distinta.
Empecemos por el lugar. Ambientado muy sobrio, con luces tenues y
muy cálido. Genera una sensación de realmente estar comiendo en la cava de una
bodega. Cada detalle de la decoración está calculado y muy bien pensado para
crear un ambiente muy ameno e ideal para una salida tranquila.
Tal vez lo más destacable de todo sea la atención. Es INCREIBLE.
Perdimos la cuenta de la cantidad de mozos que nos atendieron. Todos
excesivamente correctos, amables, dispuestos a dar recomendaciones y explicar
cada uno de los pasos de esta experiencia.
Al sentarnos a la mesa nos trajeron una “panerita” (nada más
alejado, era un recipiente hecho como una mini bolsa de arpillera de harina
divina) con panes caseros, grisines de queso y chipa tibiecitos y caseros junto con una degustación de
aceite de oliva de la bodega. Eso, acompañado de dos “bocaditos” de paté de ciervo ahumado envuelto en una feta muy finita de pepino en pickle, una delicia. Sí, eso,
sólo era el comienzo… Además, nos trajeron para acompañar una copa de Newen Souvignon
Blanc, que fue el vino que después elegimos para comer.
De entrada compartimos (así recomendaba la carta) el Prosciutto di Parma estacionado 16 meses,
burrata, tomates cherry confit y rúcula. Creo que no me van a alcanzar las
palabras para describirlo. El jamón crudo, con la grasa, la textura, el
condimento, justos. Vino servido en una fuente muy grande, rodeando a la
burrata (un queso italiano de crema y muzzarella híper cremoso y sabroso) y
acompañado por la rúcula y unos tomates cherry confitados. Todo cubierto con
aceite de oliva de la bodega y pimienta negra, y condimentado con un aderezo
algo dulzón. No, realmente, no encuentro palabras. Con la entrada ya hubiera
dicho que el resto de la cocina es excelente sin probar siquiera otro bocado.
La cremosidad de la burrata con aceite de oliva, con el jamón crudo algo salado
y lo dulce de la rúcula y los tomates fue la combinación perfecta.
En conclusión, la Experiencia del fin del mundo es algo por lo que
todos los que amamos comer, deberíamos pasar. Estoy segura de que no se van a desilusionar.
Aclaración: ante la sentencia de muerte recibida en el caso de que activara el flash de la cámara, no pude sacar buenas fotos. De todos modos, como quiero transmitir también por la vista la experiencia, las subo a facebook.
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