martes, 6 de agosto de 2013

Mendoza de fiesta (Parte I)

Viajamos a Mendoza a un casamiento, y aprovechamos, no sólo para tomar vino sino también para probar muchos de los platos típicos. Una visita fugaz que nos dejó más que satisfechos.

Esta claro que Mendoza ES vino. Pero además de bodegas y viñedos, la cocina mendocina cada vez sorprende más. Nuestra visita duró sólo tres días, de los cuáles uno estuvo enteramente ocupado por una fiesta, que, lejos de lo que estamos acostumbrados, me sorprendió por la originalidad y calidad del servicio. En nuestra primera noche preguntamos el recomendado para ir a comer comida típica y, sin dudarlo, nos mandaron a "La Florencia". Bodegón/pseudo-parrilla, con platos hiper abundantes al mejor estilo restaurante criollo. Es lo que buscábamos. Lamentablemente no nos dio el tiempo para ir a los grandes conocidos de la zona (que quedaron como pendientes indiscutidos) como Nadia OF o Siete cocinas, pero es una buena excusa para volver pronto.
El lugar ocupa una esquina enorme del centro de la ciudad de Mendoza, con mesas en la vereda y un salón de dos pisos que recuerda a esos bodegones de la costa, con aires españoles, manteles amarillos, escalera de madera y arañas rústicas. Parte de la cocina y la parrilla (gigante) dan a una vidriera a la calle. No busquen sofisticación, piensen en comer mucho y rico. Eso sí, la espera es inevitable. Los fines de semana se llena (a pesar de lo grande que es) y siempre hay que esperar un poco antes de sentarse.

Como los dueños tienen su propia bodega, pedimos el vino de la bodega de la casa. Un Malbec 2010 de Luján de Cuyo que fue perfecto con las variantes de chivito que comimos. Para arrancar, por un lado, yo comí un chivito guisado con verduras, acompañado de papas noisette. Particularmente, el chivito me encantó, estaba muy tierno y sabroso, algo pesado (no sé si por la cantidad o por el guisado) pero muy bueno. El otro plato que pedimos fue el chivito a la parrilla, simple y tradicional. Algo complicado de comer por la cantidad de huesos (sin tentarse a agarrarlo con la mano y simplificar el trámite...). Los platos son hiper abundantes, para compartir (cosa que no sabíamos hasta que llegaron), así que, como en todo bodegón, ir preparados para comer muucho o compartir y gastar poco.







Después de la cena intentamos pasar por una heladería, pero, la verdad es que fue imposible. Comimos tanto que no pudimos. 
Al día siguiente teníamos un casamiento, que, ya con algo adelantado por la novia, sabíamos que en la comida iba a tener algo especial. Además de la buena onda de todos los invitados y lo bien armado que estuvo todo, este blog es de cocina, así que a eso vamos... El chef a cargo de todo fue Nicolás Bedorrou, el chef estrella de Mendoza, a cargo de Los Olivos Catering, del Restaurante Divina Marga en Maipú (entre otros) y de varios programas de televisión. El menú no paró de sorprendernos desde el momento que pisamos el lugar hasta que nos fuimos. 
Secretamente me pasaron la lista de toda la comida, pero es largo para poner todo acá. Voy a hacer una síntesis de éste, que, para mí, fue el casamiento con la mejor comida que fui en mi vida. Lejos de lo tradicional, sin aires de sofisticación, original, variado, abundante, en fin, riquísimo.

La recepción era -entre canapé y canapé- una mesa con fiambres (el detalle: las tablas eran pedazos de barriles de vino), shots de guacamole con langostinos apanados en coco, pinchos de queso, tomate seco y rúcula, gravlax de trucha, shots de mejillones y tomates a la provenzal, y muchas otras exquisiteses. Arrancamos muuuy bien, pero faltaba lo mejor. Después de los fríos, y mientras esperábamos a los novios, se bandejearon distintas opciones de canapés calientes, muchos de ellos muy originales, especialmente, para un casamiento. Me encantó. Así, pasaron empanaditas de carne, de cerdo y ciruelas; cazuelas de calamares, unas mini quesadillas, croquetas de cordero, ravioles de muzzarella y chorizo, y rabas al disco, etc etc etc. 
De más está decir que a esta altura, ya no podíamos comer más. Sin embargo, nos sacrificamos por la causa... A todo esto le siguió la posibilidad de elegir de las parrillas, planchas y discos de arado montados en el parque algunas de las opciones ofrecidas. De la parrilla: sandwichs de vacío con rúcula en pan árabe (excelente), choripancitos con tomatitos cherry y berro y pinchos de hongos con cebolla y zucchini para los veggies. De las ollas de hierro y barro: humitas en dip con aceite de albahaca y tostadas de oliva, tomaticán (guiso de la región de cuyo a base de tomate con pan y huevo), y un revuelto de huevos con salmón ahumado y arvejas. Del disco de arado: ragout de cordero con crema y papines andinos (este es el que yo elegí y estaba delicioso) y pollo al malbec con verduras al disco. Y, finalmente, de la plancha, un salteado agridulce de cerdo y verduras estilo thai (que también comí y estaba buenísimo).

De postre, se bandejearon porciones de chocotorta con Baileys; mousse de chocolate con frutas, oreos, crema helada y maracuyá; panqueques de dulce de leche y helado; y mousse de maracuyá con frutos rojos.
Sabía que la comida había sido algo a lo que le habían prestado mucha atención al organizar la fiesta, pero esto, me pareció un exceso. La comida era EXCELENTE, algo que, si hiciera mi fiesta mañana, repetiría sin ningún tipo de vergüenza. Además de la cantidad, que es lo de menos, lo que más me gustó fue la variedad de opciones, y, sobre todo, la originalidad de todo: desde la manera en que estaba presentado cada paso, hasta los ingredientes, las opciones, las combinaciones, las porciones, TODO. Creo que cualquiera que quiera hacer una fiesta puede gastar exactamente lo mismo haciendo una cosa así, original y riquísima, que los platos tradicionales de lomo con champignones que comemos en cada casamiento, ya sea en el lugar más lujoso o en el más simple.

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