jueves, 1 de diciembre de 2011

29 años

Hace dos días cumplí 29 años. No son 29 años cualquiera. Son 29 años de amor y pasión por los sabores, los aromas, sus lugares, el placer de disfrutar, de viajar, de agasajar. Por alguna razón la cocina se transformó en uno de los ejes de mi vida, una constante que en estos años ha permanecido más allá de muchos otros cambios que han ido -naturalmente o no- sucediéndose. La cocina me ha dado infinitas satisfacciones, momentos para recordar, lugares para no olvidar, personas a las que alegrar. Me ha proporcionado la posibilidad de reencontrarme conmigo misma, con eso tan esencial que hace a los seres humanos y que muchas veces no vemos, con eso que nos identifica, que nos hace felices por un instante, que nos permite sentirnos plenos. Nos remite a la infancia, a los recuerdos, a las herencias olvidadas y hasta no reconocidas; a los lugares comunes, a la mesa de la abuela los domingos, a ese almuerzo materno al llegar del colegio, al asado de los domingos; a las "perlitas" que encontramos en el camino, en la gente, en los viajes, en situaciones casuales y no tanto. 
La cocina llena mi vida cada día. Y lo hace desde hace 29 años. Establecemos un vínculo indispensable desde el nacimiento y logramos que se vuelva de indispensable para la vida en indispensable para el alma. Y es ahí donde reside su importancia en mi vida. La cocina me permitió acercarme a la gente que más amo, amé y amaré. A mi abuelo materno (y no puedo evitar el nudo en la garganta) y sus copas de langostinos y pomelo; a mi abuela, y su único plato reconocido: el pollo con arroz; a mi abuelo paterno, que me enseñó todo sobre un buen asado, y hasta cómo condimentar un chorizo, diferenciarlo de una longaniza o un salame, y sazonar como corresponde una morcilla; a mi abuela, cuyas pastas y manos para la cocina serán imposibles de igualar jamás. A mi mamá, a las tortas interminables, llenas de personajes, que eran el orgullo del jardín de infantes (y por supuesto mío); a las torres de panqueques, al souffle de queso, a las carnes y pollos al horno, las milanesas y bifes, a los omelettes, las tortillas, todo eso que nos hizo crecer, y por qué no, al arroz con huevo. A sus incontables inventos, los que salían bien, y los que sirvieron para reirnos en cada cena o almuerzo familiar. A mi papá, a su asado, a su paella, a su pollo al disco, a su locro del 25 de mayo, a su pollo relleno para Navidad, y lo que no es nada menor, a sus manos mágicas para la albahaca y el laurel. A mis tías, la que me pasó la receta secreta del mejor Lemon Pie sobre la tierra; a la del budín mantecoso con chips de chocolate; a la de las comidas raras -y no siempre comibles- y los agnelottis "all' uso nostro (a la mujer moderna argentina)"; a la de los rellenos de las pastas; y, por qué no, a la de las papas en el microondas en 5 minutos. 
Una vida es mucho tiempo para unos y poco para otros, en la mía, personas, sabores y lugares fueron marcando el camino. Un camino que no podría haberse trazado sin los anfitriones eternos de mis mesas. Los primeros y más importantes, mis hermanos. Los que sufrieron momentos de experimentación, disfrutaron de la "profesionalización" y se volvieron cómodos usuarios de mi amor por ellos y la cocina. Especialmente a mi hermana, compañera de emociones, viajes, locuras, y sabores. Que se animó a todo, y casi que hasta le gusto... Una compañera degustadora irremplazable en este mundo. Los amigos, esos que se animan a probar "sólo porque lo hago yo" y que comen hasta lo impensado (aunque no siempre logro adoctrinarlos), y aquellos que prueban lo que sea, agregan sabores y colaboran con mi exploración de nuevos descubrimientos. A los que me mostraron nuevas experiencias, desterraron prejuicios y me abrieron un mundo de nuevas sensaciones. A los amores, a todos, a la vida, al de ahora, por ser fiel a la mesa de todos los días, abierto al descubrimiento, dispuesto a probar, sentir, comprender la importancia que cada plato tiene al momento de ser servido. Porque cada plato, para cada uno de los seres que amamos, contiene todo ese amor que para quien tiene pasión por la cocina no se puede demostrar de otro modo. Un plato representa todo aquello que muchas veces no podemos decir con palabras, un agradecimiento, una demostración de afecto, de reconocimiento, de que estamos. Un te amo. 
Y los lugares, los de acá y los de allá. Los presentes, los pasados y los futuros. La cocina es todos ellos juntos en un solo instante, en un solo plato. Cada lugar conocido y por conocer abre nuevas puertas y la posibilidad de expandir las fronteras de lo conocido. Nuevos sabores, aromas, ingredientes, técnicas, mezclas, experiencias... Los lugares son mucho más que lugares. Son todo eso y mucho más. La cocina de la abuela los domingos, la casa familiar, el living de un amigo, la mesa de todas las noches, Time Square, la Fontana di Trevi, Corrientes y 9 de Julio, Oaxaca, Lima o la Plaza de la Revolución, todos evocan muchas cosas, y entre ellas, un sabor. 
Por estos sabores, por estos amores, y por estos lugares es que soy lo que soy. Y por esto, es que espero poder compartir mi pasión por la cocina de la manera que más me gusta: cocinando, amando y viajando.




3 comentarios:

  1. Meli! me encantó! y emocionó. Ademas de la cocina y tu pasión por ella reconozco tu forma de transmitirlo, porque lo leí y de principio a fin movilizó mis sentimientos. Felices 29, y mi aporte con respecto a la cocina... creo q solo podria ser una de tus anfitrionas! si querria decirte que te quiero con una comida, lo entenderias como muy poco amor! asi que mejor te lo digo... Te quiero y mucho!!! beso enorme, y me encantó esto que escribiste.

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  2. Mel! muy lindas estas palabras. También me emocioné muchísimo. Me alegra que puedas expresarlo así, trasnmitiendo tanta pasión y sentimiento. Te felicito y gracias. Besos. Te quiero mucho.

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  3. ¡hey felicitaciones! voy a ser asidua lectora

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